Un poco de historia
AARÓN RODRÍGUEZ Asesoramiento y Gestión Patrimonial en Cross Capital
04-09-2016
El Imperio bizantino, ubicado en Constantinopla (actual Estambul), comenzó siendo el Imperio romano de Oriente, cuando Roma se dividió entre Este y Oeste para facilitar la defensa. En la concepción original, las dos mitades se podían gobernar de manera conjunta por los dos emperadores. No obstante, a medida que Occidente cedía terreno al enemigo tras las continuas invasiones, el poder era todavía vibrante en el Imperio de Oriente, donde se hablaba griego y no latín, además de ser cristianos ortodoxos y no católicos. El Imperio bizantino se mantuvo en pie desde la caída del Imperio de Occidente en el año 475 DC hasta 1453 DC, cuando Constantinopla fue invadida por las fuerzas turcas. Así, el Imperio que duró casi 1000 años después de la caída de Roma, abarcó la Edad Media, alcanzando su cénit alrededor del 1025 DC, y prolongándose hasta el amanecer del Renacimiento.
¿Cómo Bizancio pudo perdurar durante casi 1.000 años después de la caída de Roma? Hay muchos factores, por supuesto, pero creo que estos cuatro elementos constituyen la “receta secreta” de la longevidad del Este imperial romano: i) una moneda estable. Cuando el Imperio devaluó su moneda por primera vez en el siglo XIII, provocó que gran parte de la población perdiera la fe en el valor de su moneda; esta devaluación fue el principio del fin, pues Bizancio nunca volvió a recuperar su posición financiera; ii) La existencia de múltiples vías para la movilidad social, bien sea a través de la Iglesia, el ejército o la administración pública. Cualquier persona, rica o pobre, podía ascender a una mayor jerarquía en la sociedad; iii) A través de la recaudación de impuestos para la defensa del Imperio. Cuando el sistema de impuestos se deterioró, los ingresos se hundieron y las defensas casi cedieron a los invasores. Por tanto, un sistema fiscal competente es esencial; iv) Rutas comerciales seguras y mercados. La mayoría de los ingresos fiscales provenían del comercio, por lo que Bizancio se tomó muchas molestias en protegerlo del saqueo y de firmar tratados comerciales.
Analizando estas dinámicas, la situación de entonces se podría extrapolar a la actual. Cuando la moneda de una nación entra en una constante devaluación, se rompen las escaleras de movilidad social, el sistema fiscal se corrompe y se limita el comercio; cualquier nación o imperio está condenado a la erosión y al colapso.
Si bien no pretendo ser tan dramático como para anunciar el fin de la hegemonía de una nación, se podría decir a grandes rasgos que hay tres fases en la política monetaria de devaluación de la divisa de un país: en la primera, se toma la decisión de devaluar la divisa de forma agresiva para aumentar nuestras exportaciones; en la segunda fase, otras monedas deciden unirse a la misma política de devaluación, con el fin de solucionar problemas estructurales y de endeudamiento; y en la tercera fase, la política monetaria coge tal cariz que anula las políticas monetarias del contrario. Mientras todo esto sucede, se ha pasado por alto el sentimiento del ciudadano, que deposita su fe en el valor de una moneda porque cree que un billete de 50 vale 50.
Ahora mismo la mayor preocupación vuelve los ojos hacia China. La ralentización del gigante asiático, que supone casi una cuarta parte del PIB mundial, podría convertirlo en el próximo candidato a jugar un papel activo en la devaluación de divisas. Una subida en los tipos de interés en EE.UU. podría actuar de catalizador de ese movimiento, motivo por el cual la Reserva Federal no ha podido, ni ha actuado a la ligera.