Japón mueve ficha en política fiscal
AARÓN RODRÍGUEZ, ASESORAMIENTO PATRIMONIAL
08/12/2019
La tercera mayor economía a nivel mundial mueve ficha tras aprobar esta semana un paquete de estímulo fiscal de 110 mil millones de euros, con el argumento de apoyar el crecimiento de una economía que hace frente a una caída de las exportaciones, desastres naturales y las consecuencias negativas de un reciente incremento de impuestos.
Se espera que este estímulo aumente el producto interno bruto en un 1,4% y se produce cuando Japón, al igual que otras economías importantes, busca revivir el crecimiento a través del gasto, en la medida en que los bancos centrales se quedan sin herramientas. El mensaje que han lanzado no es baladí y, es que en el resto de las economías también se necesita la involucración de los políticos para mantener el crecimiento de las economías frente a una desaceleración global, hasta ahora ignorado, y quienes además han delegado en los bancos centrales el trabajo pesado de la gestión económica. Pero a los niveles actuales de tipos de interés, tanto en Europa como en Japón, el impacto positivo que se busque generar mediante estímulos monetarios adicionales es limitado, por lo que no queda otra opción que aplicar medidas fiscales si se quiere mantener el crecimiento.
La economía de Japón se frenó entre julio y septiembre, cuando la desaceleración mundial golpeó a las exportaciones. A esto se han sumado las ventas minoristas, que cayeron a su ritmo más rápido de los últimos cuatro años como respuesta a un aumento en el impuesto sobre las ventas, es decir, el IGIC, provocando un freno en el consumo.
Tokio tendrá que equilibrar la necesidad de estímulo con su plan para reducir la deuda pública, que es más del doble del tamaño de su PIB, es decir, su deuda supera en dos veces todo el valor que es capaz de generar su economía en un año. Pero no le queda de otra después de haber abusado durante tanto tiempo de la política monetaria.
Este año ha estado dominado por el giro dramático que han dado los bancos centrales mundiales en sus respectivas políticas monetarias, a medida que las preocupaciones en materia comercial se iban materializando en preocupaciones de crecimiento global; todo ello en un contexto de expectativas de inflación a la baja. Pero ese protagonismo podría estar llegando a su fin, en la medida que las herramientas que emplean estos bancos centrales podrían terminar por causar un problema mayor del que intentan resolver. Así, hemos visto como Draghi se despedía del BCE con un aviso alto y claro para que fueran los gobiernos quienes movieran ficha a partir de ahora; línea en la que ha continuado insistiendo su sucesora cada vez que le ponen un micro delante.
Además, la política fiscal todavía no brinda mucho apoyo cíclico y las perspectivas de inflación siguen siendo muy moderadas. Esto ha creado la impresión de que el Banco Central Europeo adoptará una actitud de espera, especialmente porque el paquete de políticas anunciado en septiembre causó grandes divisiones en el Consejo de Gobierno.
Es cierto que, a raíz de los últimos datos económicos publicados, es muy probable que el crecimiento de la zona euro mejore de manera gradual en los próximos meses, a medida que se vayan despejando algunos obstáculos clave. Esto debería aumentar la confianza en las perspectivas de inflación, pero será un proceso lento que añadirá más presión al BCE para que apuntale el crecimiento. Lo mejor que pueden hacer desde nuestro banco central, en nuestra opinión, es trasladar la presión al plano fiscal, donde varios son los países que poseen un amplio margen de maniobra.