Digitalización imparable
MUNESH MELWANI, SOCIO-DIRECTOR GENERAL DE CROSS CAPITAL EAF
Septiembre 2020
Todos podemos percibir que el mundo a nuestro alrededor se ha vuelto más digital. De hecho, puede que esté leyendo este artículo en un smartphone o tablet adquirido hace poco, y seguramente habrá leído noticias en algún canal digital y compartido música o fotos en las últimas horas.
La digitalización ya comenzó hace varios años, si bien la pandemia del Covid-19 ha hecho que se acelere su adopción por parte de los usuarios y sin duda hace vaticinar que la industria crecerá en los próximos años. El virus nos ha hecho repensar cómo el mundo concibe la tecnología digital: ha permitido trabajar “en remoto”, comprar artículos de primera necesidad online y estar en contacto con familiares y seres queridos de una forma que no hubiéramos imaginado hace unos meses. Decirle a alguien “hacemos un Teams, un Meet o un Zoom” sonaría marciano en 2019.
El protagonismo del consumo digital ha ido creciendo progresivamente y ahora lo hace de forma exponencial. Esta tendencia se veía venir con los nativos digitales (los nacidos a partir del 2000 a nuestro entender, si bien oficialmente se dice que son los que han venido al mundo desde 1980 en adelante), esto es, gradualmente iban a ir moldeando los patrones del consumidor en la próxima década ante el envejecimiento del resto de la población. De hecho, los analistas estiman que el 40% de los consumidores globales en 2030 estará representado por los nativos digitales.
Las cosas se mueven muy deprisa. Piensen en los cambios en el comportamiento causados por la pandemia: los padres utilizan las redes sociales o videollamadas para estar en contacto con sus hijos y familiares, los trabajadores de oficina trabajan desde casa, con las tiendas cerradas, la gente de todas las edades que hasta ahora no habían comprado online, ya compran desde ropa a cerveza de forma natural y muchas de estas conductas ya serán permanentes.
En este sentido, los gobiernos de todo el mundo necesitarán invertir en infraestructuras digitales y actualizar sus sistemas, especialmente aquellos que se hayan quedado atrás, a efectos de permitir que el país siga en producción, que la gente pueda trabajar y consumir desde casa. Por supuesto que ahora, sin vacuna y dada la preocupación ante esta segunda ola de contagios, el uso y consumo digital está maximizado, y la gente echa en falta mayor contacto humano y relaciones sociales, con lo que previsiblemente decaerá cuando las aguas se calmen. No obstante, grosso modo, pensamos que el consumo digital va a ir a más en la próxima década, incluso alcanzando, según muchos analistas, tasas del 50% del consumo en algunos países desarrollados en 2030. En el Reino Unido se alcanzó la tasa máxima del 30% durante la primera ola de la pandemia. Estas previsiones pueden resultar sorprendentes, pero cabe recordar que hace una década íbamos a las agencias de viajes para comprarlos, con lo que mucho puede cambiar en 10 años.
Por el lado de la producción, esperamos que las empresas inviertan mucho más en automatización, por lo que la robótica industrial estará en auge, con un doble propósito, el abaratamiento de costes y también para hacer más fácil el distanciamiento social entre empleados mientras perdure el virus en el entorno.
La revalorización bursátil del sector tecnológico, Big Techs especialmente, es un aviso a navegantes más allá de la sobrevaloración bursátil de algunas compañías. El mercado nos viene a decir, que la supremacía del sector sobre el resto, así como la tendencia digital, vienen para quedarse y seguirán transformando la economía a largo plazo.
Esta creciente digitalización venidera puede suponer una importante disrupción en nuestro estilo de vida y provocar implicaciones económicas de calado, algunas buenas, otras negativas y otras algo dudosas:
– Aumentará el tiempo para el ocio: con menos desplazamiento para ir a trabajar, tendremos más tiempo para consumir entretenimiento y emplearlo con amigos o familiares, siempre que el presupuesto lo permita. No necesariamente el entretenimiento será físico, por lo que aumentará el consumo de contenidos (cine, música, libros, podcasts, etc.)
– El trabajo “en remoto” será la norma, que podrá evolucionar hacia el trabajo “flexible”: pensamos que esta modalidad de trabajo ha venido para quedarse, pudiendo evolucionar a fórmulas incluso más flexibles, como el trabajo por “horas, proyectos u objetivos”. Podríamos ver quizás, como algo común en las ciudades, 2-3 días de trabajo en remoto y semanas laborales de menos de 40 horas, mientras los niveles de productividad sean aceptables.
– Dinero digital: durante la pandemia, todos hemos realizado pagos digitales en múltiples plataformas y con un uso creciente de las tarjetas de crédito, y con fórmulas innovadoras como las transferencias inmediatas de fondos mediante mensajería de smartphones (por ejemplo, Bizum). Asimismo, cuando vamos a comercios físicos, cada vez pagamos más con el móvil o con otros dispositivos. Esta conducta de pago anti-cash y contact-less será cada vez más común. Por aportar un dato: el 48% de los pagos en China mediante TPV se hicieron con móviles (un 21% globalmente).
– La inflación podrá estar presionada a la baja: durante la pandemia, hemos vivido la rotura de la cadena de suministro para algunos productos y una caída sin precedentes en la demanda de otros. La economía digital debería permitir reducir los costes de producción de los negocios y aumentar la transparencia en precios debido también a una mayor competencia online.
– El análisis de datos en tiempo real será vital para seguir el pulso a la economía. Indicadores como la producción industrial perderán relevancia frente a otros intrínsecos al comercio online. En este sentido, en función de los sistemas de cada país, el PIB publicado será más o menos fiable y podría estar sometido a distintas revisiones.
– El mercado laboral podría estar en riesgo ante la automatización: los procesos fabriles y las labores repetitivas, ya están siendo sustituidas por la robotización. No solo serán procesos industriales, en profesiones relativas a las finanzas, consultoría y administración, también hay software con inteligencia artificial que barrerá literalmente con algunos puestos.
Este gran movimiento será un reto para los políticos, así como para los bancos centrales, que tendrán que velar por vigilar más de cerca componentes novedosos del PIB, así como “animar” a la inflación, controlándola, asimismo. Está claro que la digitalización acrecienta la brecha entre las clases pobres y adineradas, particularmente si los salarios y los trabajos más físicos son golpeados por esta tendencia; ante esta situación, los gobiernos de corte más “social o populista” serán proclives a impulsar rentas básicas o limitaciones al despido. También estarán tentados en su afán recaudatorio a gravar, más y mejor, fiscalmente a las compañías tecnológicas, lo que podría derivar en más disputas internacionales. Los gobiernos tendrán que estar más alerta en cuanto a la seguridad de sus datos y el cibercrimen. Esto podría conducir a una mayor cooperación internacional o más tensión, en función de si hay ataques procedentes de otros países.
Vivir en un mundo completamente “conectado” requerirá mucha inversión en tecnología, nuevos e innovadores satélites de comunicación que sobrevuelen el planeta a baja altura y cuidar la basura espacial. El 5G y la realidad virtual también podría cambiar la forma en que concebimos el trabajo y el ocio. En fin, muchos cambios por venir en esta revolución digital que el Covid19 ha acelerado.