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Desastres naturales e inversión

DAVID MARTÍN, ANALISTA Y ASESOR FINANCIERO
19/12/2021

El año 2021, previsiblemente el año de la recuperación económica tras la pandemia, será recordado por numerosos acontecimientos que han protagonizado los telediarios españoles. Entre otros y, por enumerar algunos de los más sonados: las olas de contagios en todo el mundo originadas por las nuevas cepas del COVID-19, el aumento de los precios de los bienes y servicios (radicalmente los energéticos), los cuellos de botella en las cadenas de suministros, el volcán de La Palma, que tan de cerca nos ha tocado, y un largo etc. Mucho de estos sucesos quedarán impregnados en la memoria de todos nosotros, particularmente, en aquellos que lo hayan vivido de cerca.

Además, el año finaliza con trágicas noticias referentes a diferentes desastres naturales que han azotado diferentes partes del mundo. Desde la crecida del río Ebro que ha provocado numerosas inundaciones, hasta el tornado que afectó a diferentes estados en Estados Unidos arrasando una trayectoria de unos 400km. Pero no solo ha sido recientemente, en todo 2021 se han producido grandes catástrofes meteorológicas en España y el resto del mundo: los efectos del temporal Filomena, que dejó nevadas históricas en buena parte de la Península a principios de año, ciclones en Indonesia o en las Islas Fiji, las inundaciones extremas de Alemania o China y el huracán Ida que afectó a la costa este de Estados Unidos. Por todo ello, 2021 podría ser nombrado el año de los desastres naturales.

Según un nuevo informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el número de catástrofes naturales se ha multiplicado por cinco en un período de 50 años, impulsado por el cambio climático, las condiciones meteorológicas más extremas y la posibilidad de recoger mejor los datos e información. Este informe es la revisión más completa de la mortalidad y las pérdidas económicas causadas por eventos climáticos extremos hasta la fecha. Este tipo de fenómenos ha causado, a lo largo de los últimos 50 años de estudio, numerosas pérdidas humanas (más del 91% ocurrieron en países en desarrollo). Pero, gracias a la mejora de las alertas tempranas y la gestión de desastres, el número de muertes se han reducido desde 2010.

Un número creciente de estudios también muestran cómo la influencia humana, de alguna u otra forma, está detrás de estos eventos. El cambio climático antropogénico es real y supone grandes pérdidas económicas. Según el informe, desde 1970 a 2019, se notificaron más de 11.000 desastres atribuidos a estos peligros en todo el mundo, con 3,64 billones de dólares en pérdidas. Como es bien sabido por la gran mayoría de la población, el aumento de las temperaturas (que han alcanzado valores récord) o la elevada acumulación de gases de efecto invernadero, son las principales causas del cambio climático. Y no solo nos enfrentamos a fenómenos meteorológicos extremos, sino a otros grandes efectos que cambiarán nuestra forma de vida: derretimiento de los polos que culminará con la subida del nivel del mar afectando a ciudades costeras con elevada concentración de población, migraciones masivas o extinción de especies, entre tantos otros.

Las autoridades políticas y económicas se enfrentan a un gran dilema: asumir los elevados costes iniciales que tiene lograr los objetivos de cero emisiones netas, o soportar los costes físicos, económicos y sociales en el largo plazo que tendrá no actuar con urgencia y determinación. Pero si tomamos como ejemplo los fenómenos acontecidos a lo largo de este año, estos costes ya están aquí. En el ámbito de la inversión, los distintos actores de los mercados financieros llevan varios años adoptando medidas para dirigir los flujos de capital hacia la mitigación de los problemas ambientales, consolidándose los criterios ASG (Ambientales, Sociales y de Gobierno Corporativo), movimiento que se inicia con la Gran Crisis Financiera. En los últimos años, se ha denotado que los inversores minoristas cada vez más, van interesándose en que sus inversiones estén enfocadas hacia productos financieros con etiqueta “sostenible” y “socialmente responsable”. Este movimiento parece no tener vuelta atrás.