El arte culinario de invertir
MUNESH MELWANI, SOCIO-DIRECTOR GENERAL DE CROSS CAPITAL
24/03/2024
Invertir, al igual que cocinar, es todo un arte, siendo ambas mis pasiones, si bien la primera constituye mi principal ocupación profesional. En el ámbito de la inversión, similar al mundo matizado de las artes culinarias, un enfoque disciplinado arraigado en los principios centrales de la “inversión en valor” es de suma importancia. Esta filosofía, promovida por ilustres inversores como Warren Buffett y Charlie Munger, se asemeja al meticuloso oficio de cocinar, donde la selección de ingredientes de primera calidad sustenta la creación de una comida gourmet. La esencia del value investing —centrada en el valor intrínseco, el crecimiento a largo plazo y un margen de seguridad—resuena con la paciencia y precisión requerida en la cocina.
La inversión en valor, al igual que la excelencia culinaria, es un arte que demanda algo más que conocimiento teórico: exige un compromiso con la práctica activa y continuada. El valor intrínseco de un activo, similar a la calidad de los ingredientes en un plato, forma la piedra angular de esta estrategia de inversión, asegurando un margen de seguridad y minimizando el riesgo de pérdida del capital invertido. Este enfoque, que requiere una vista aguda y un olfato especial para los activos infravalorados listos para el crecimiento a largo plazo, refleja la habilidad del chef para seleccionar los mejores ingredientes, prometiendo un buen resultado si la criba inicial es acertada.
La paciencia, una virtud tanto en la inversión como en la cocina, es vital para permitir que los sabores se fusionen y las inversiones maduren. La perspectiva a largo plazo de la inversión en valor, que mira más allá de las fluctuaciones del mercado a corto plazo, requiere una firmeza similar a la de cocinar lentamente un estofado perfecto, destacando la importancia de soportar la volatilidad del mercado con un enfoque en el valor fundamental a lo largo del tiempo.
El mercado, al igual que una cocina bulliciosa, exige no solo conocimiento teórico sino también sabiduría práctica. Se podrían dibujar paralelismos entre la resiliencia de inversores como Bill Miller y el énfasis práctico de Seth Klarman, dos verdaderos maestros que llevan más de tres décadas invirtiendo de forma espectacular, y cuya maestría deriva asimismo de interactuar directamente con el mercado, aprender de los errores, de las situaciones adversas como las crisis y los cisnes negros, permitiéndoles refinar sus habilidades, enriquecer su psicología y navegar con confianza las complejidades que brindan los mercados financieros.
El camino para convertirse en un Masterchef, al igual que transformarse en un inversor experimentado y de éxito, no se puede lograr mediante la observación pasiva. Hay que practicar, invertir, equivocarse, aprender, siendo fiel a los principios de la inversión en valor, cultivando una verdadera pericia. Este enfoque práctico—identificar activos infravalorados, ejercitar la paciencia y adherirse a un margen de seguridad—resulta esencial para ir mejorando como inversores a lo largo del tiempo.
En conclusión, el viaje de la inversión en valor, al igual que el arte de cocinar, está marcado por el aprendizaje y la práctica continuos. Como discípulos de Buffett entre otros, reconocemos el mercado como un lugar de descubrimiento con un sinfín de oportunidades de inversión, donde la experiencia práctica es, como poco, igual de relevante que el conocimiento teórico. El enfoque a largo plazo para identificar y hacer crecer nuestras inversiones, reflejando la preparación meticulosa de un plato gourmet, subraya la importancia de la disciplina, la paciencia y la práctica activa. Así, al igual que en la cocina, alcanzar la maestría en el ámbito de la inversión, da trabajo, consiste en practicar, leer mucho y estar siempre invertido, eso sí, disfrutando siempre del proceso, para ir refinándolo hasta conseguir nuestra estrella michelín. Buen apetito y buena inversión.